Lunes 25 de mayo de 2009
Viña del Mar, la atractiva,la bella, la ABC1, es genial, y si le buscas, le encuentras...prueba a leer esto....publicado en "El Observador" este lunes, de mi autoría....
"El mendigo del Samoiedo"
En ésas estábamos, yo leyendo un libro de Galeano, que cada día me seduce más; en la mesa a mi izquierda don Elías, el Mariscal eterno del fútbol, y sus inseparables amigos alrededor de unos “cortados”, y el resto de los “samoiedanos” sumidos en sus variadas libaciones, esta tarde de mayo, cuando un hombre que pareció ser un mendigo se acercó a la mía, en plena acera de la Avenida Valparaíso.
“Pareció”, digo pues no era estrictamente eso, aunque el sombrero raído, a la manera de los limosneros, y ofrecido al revés a cada parroquiano, solicitando “moneda”, lo desnudaba totalmente. De hecho, me recordó a algún amigo, de los trasnochados y bohemios, que de repente se aparecen, luego de varios días de parranda.
Guardé mi libro, mientras el entorno humano, se hacía el desentendido, aunque el hombre pedía con educación.
Como dije, con una mano sostenía el sombrero, y con la otra -noté ahora- asía una radio tocacassette del año ñauca, y de la que salían notas tangueras.
La gente, mientras él se escurría entre las mesas “cafetaleras”, continuaba haciéndose la lesa, mirando para el lado contrario, como si la pobreza no existiera. No entendí sobre todo a quienes daban una sustanciosa propina al garzón, e ignoraban al mendicante éste. Yo no soy de los que doy dinero a cualquiera, pero se agradece más una respuesta negativa, que una indiferencia absoluta, pensé. En fin…
Llegó el momento en que me enfrentó. Yo ya había entrenado mi libreto, y sabía lo que tenía que responderle, para dejarle conforme ante la “pedida” sin éxito. Sin embargo, cuando abrió la boca, me encontré a alguien diferente.
No era un tipo cualquiera, este mendigo.
Sus dientes bien cuidados, y una compañera rubia y alta, de sonsonete argentino, que le seguía al paso, me dijeron otra cosa, y hasta un leve aroma a perfume de los caros, se paseó por el ambiente. Al final, no pude negarme, y hasta pensé que sería una vergüenza no soltarles unos 200 pesos, que lancé con fuerza al interior de lo que parecía una vieja “chistera” de mago, para que sonaran bien fuerte.
Al rato, la radio subía de volumen, y la parejita se bailaba en plena acera, un tango de Gardel y Le Pera, “de padre y señor mío”, al mejor estilo de “Perfume de Mujer”. No me quedó más que pensar: “la mendicidad, al igual que el camaleón, cambia de color, y hay que asumirla no más, en esta ciudad-jardín, que es sui-géneris hasta para mostrar su indigencia”.